Texto leído por la maestra Sol Velásquez en la presentación del libro La otra regla del juego: la azarosa vida de las ludotecas en México de Inés Westphalen. Cuernavaca. 20 de enero 2010.
La otra regla del juego: valorar el papel del juego en la infancia
Este libro aporta al lector una vasta información sobre las cualidades y características del juego y , desde luego, de estos maravillosos espacios creados especialmente para estimularlo e impulsarlo: las ludotecas.
Al leerlo, podemos encontrar una detallada descripción del juego y sus variantes, y de los fines que ocupan a las ludotecas como espacios destinados a esta actividad propia de la infancia: el juego. Quedará clara para el lector la valoración acertada que ellas reciben en los países del primer mundo, y la escasa importancia que se les ofrece en las sociedades de otras latitudes. Si bien es cierto también que los países desarrollados pueden otorgar presupuesto para tales efectos, pues tienen cubiertos aspectos fundamentales de sus condiciones socioeconómicas, también lo es que mientras no se valore a conciencia que la infancia es el futuro de los pueblos, y que el juego puede beneficiar también el status de la salud y la educación, no cambiarán mucho las condiciones generales en las que los niños crecen actualmente en estos países.
Cómo maestra de niños en edad preescolar, no puedo sino hablar desde mi experiencia. He visto lo necesitados que están los niños de que nosotros, los adultos a su cargo, valoremos de verdad la importancia del juego, y ofrezcamos las condiciones para que éste pueda desarrollarse, extenderse y evolucionar a lo largo de sus vidas en las distintas etapas por las que transita.
Si bien es cierto que los niños son maravillosamente capaces de jugar con lo que encuentren a su paso, sean estos juguetes terminados con finalidades específicas, o bien en mi experiencia con elementos sencillos y naturales como piedras, telas y troncos, su juego es mucho más pleno si cuentan con un espacio seguro, en el que los límites físicos sean amplios y les pongan pocas restricciones.
El juego infantil es para mí el reflejo de la vida cotidiana. A través de él los niños recrean lo que ven a su alrededor, y si observamos cuidadosamente, podemos mirarnos en él, representados en las figuras que les ofrecen un ejemplo. Y también crean aquello que no ven en su medio, y es entonces cuando su creatividad los conduce a realidades paralelas, en las que todo vale.
El juego les da a los niños posibilidades infinitas, que en la realidad se ven restringidas. Al jugar, un niño puede convertirse en un extraordinario insecto con características inimaginables por el razonamiento, simplemente ataviándose con trozos de tela o cintillas; otro puede ser el diligente cocinero de un restaurante con un vasto menú, sopa de caracoles, espagueti con fresas, agua de bolitas, etc., y momentos después, ser el doctor que atiende a los pacientes en lo que antes era la cocina, y nadie, pero nadie, le cuestiona cómo es que ha cambiado de profesión, y los hambrientos comensales que se presentan tarde al restaurante, al enterarse del cambio de giro del establecimiento, aceptan gustosos esta nueva situación, y modifican su apetito por extrañas dolencias que deben ser atendidas con premura.
En el juego todo se vale. El espacio es transformado, al igual que los objetos, en aquello que es en ese momento necesario; la estufa de madera se convierte entonces en el centro de mando de una gran nave capaz de transportar a todos los pasajeros que lo deseen a cualquier parte del mundo; los pequeños costales rellenos de diversos materiales pueden ser tesoros, mascotas o comida.
Y qué decir de los roles sociales. Si miramos este aspecto del juego, podemos incluso concebirlo como un “laboratorio social” en el que los niños dependiendo de su edad adoptan distintos roles, que están, en la mayoría de los casos, lejos de ser rígidos. La negociación está siempre presente, pues todos o casi todos buscan regir lo que acontece. En él experimentan con distintas responsabilidades lo que podrían ser sus relaciones sociales en la edad adulta, ensayan la complementariedad, ponderándola sobre la competencia, y la generosidad sobre el egoísmo, y al hacerlo, aprenden algunas de las consecuencias de cada cosa.
Sin duda los niños que jueguen con libertad dentro de un ambiente propicio y con los elementos adecuados llegarán a ser mejores adultos. Sin embargo, para que esto suceda, es trascendental que los adultos, quienes desafortunadamente hemos olvidado las bondades del juego, lo valoremos ahora bajo una perspectiva renovada, y lo veamos no como la actividad que los niños realizan mientras nosotros podemos ocuparnos de nuestros asuntos – trabajar, descansar, tomar café con las amigas, etc. sino como aquella tarea que les posibilita conocerse, encontrarse con el otro y desarrollar un pensamiento orgánico, plástico.
Desafortunadamente son pocas las corrientes educativas que valoran al juego como una actividad a la que los niños no solo tienen derecho, sino como un acto a través del cual pueden ensayar y jugar a la vida misma. No muchas escuelas destinan, más allá del recreo, tiempo en su horario para tal efecto, y es ahí donde radica el valor inigualable de una ludoteca, espacio destinado a promover el juego, bajo la tutela respetuosa de adultos que poco intervendrán en los impulsos infantiles, siempre y cuando las reglas básicas sean respetadas.
Cierto día, hace no mucho por cierto, mientras miraba a los niños de mi grupo jugar en el salón, pude ver lo lejos que muchos de los adultos nos encontramos ya de ellos, y repentinamente vino a mí la siguiente reflexión:
Si los adultos pudiéramos llevar la vida,
En la forma en la que los niños juegan,
Nuestra sociedad sería muy distinta…
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