Pero ¿por qué el juego de las adivinanzas no había de ser el orígen de la filosofía? ¿Qué otra cosa son a veces los diálogos de Socrates? ¿No nos habla Huizinga, en su Homo Ludens, de los agones de enigmas como forma del antiguo saber? ¿Qué otra cosa eran las “cocodrilitas” de los sofistas griegos? Tisios a su maestro Corax: “Si de veras me has enseñado a persuadir, te convenceré de que nada te debo, y entonces nada te pagaré por tus enseñanzas; y si no logro convencerte, tampoco te pagaré porque entonces eso quiere decir que me habrás enseñado mal”. ¿Qué fue aquel coqueteo, aquel primer encuentro de Salomón y la reina de Saba, sino un galante pase de armas en figura de enigmas? ¿Y las preguntas de Tolomeo a los sabios de Jerusalén, en la Carta de Aristeas? ¿Y las cuestiones discutidas en el Banquete de los Siete Sabios, de Plutarco? ¿Y las respuestas del oráculo de Delfos, más oscuras que el humo inspirado que ponía a la Pitonisa en furor? ¿Y la “payada de contrapunto” que conoce el campo argentino y que encuentra su paragón, más o menos, en todos los “pagos” de Hispanoamérica? ¿Y el torneo entre el Negro y Martin Fierro? En ocasiones, sólo va en el trato el honor del triunfo. En ocasiones va la vida, como entre el aventurero Edipo y la Esfinge.
Abraham Rosenvasser acaba de publicar en Buenos Aires la primera versión española de tres cuentos fundados en parecidas disputas. Son tres vetustos relatos del antiguo Egipto, ¡folklore tan antiguo como el mundo! He aquí La contienda de Apofis y Seknenra, fundada en una leyenda del tiempo de los hicsos. En una justa de acertijos, Amón confunde a los enemigos humillando a su dios Sutekh. En Las aventuras de Horus y Seth, la pugna entre el principio bueno y el malo, tema permanente de la epopeya egipcia, se libra a flechazos de acertijos. Y en Verdad y Mentira, los dos hermanos, meras hipóstasis de aquellos dos eternos principios, resuelven liquidar sus viejas diferencias mediante un debate o disputación de acertijos. (“Debate”, “disputación”: ¿no vemos prefigurarse la forma medieval? Las excelencias o errores de la mujer, los denuestos del agua y del vino… O de don Vino y doña Cerveza, en la parodia que fraguamos un día mi llorado Enrique Diez-Canedo y yo). Los contendientes se juegan en el torneo de acertijos sus reinos, sus mujeres, su libertad, su fortuna o su vida.
No puedo menos de recordar una anécdota de mi juventud estudiantil: El lavandero chino que venía cada ocho días por la ropa de Julio Torri nunca era el mismo (aunque era difícil darse cuenta). Julio averiguó lo que pasaba: en su pequeño círculo, los chinos, los “Chales”, solían jugarse la lavandería por las noches, con esas sus barajas que parecen fichas alargadas del dominó, y cada mañana el propietario y el mandadero resultaban distintos.
(tomado de la revista Las Moradas nº4, 1948, Lima Perú).
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