lunes, 19 de febrero de 2024

Eduardo Galeano

Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había despredido de un grupo de turistas y estaba solo mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía porque la estaba usando en no sé que aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdo en la mano. Súbitamente se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían a grito pelado que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado. Había quien quería un cóndor, y quien una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaban los que pedían un fantasma o un dragón. Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alza más de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en la muñeca. - Me lo mandó un tío mío que vive en Lima -dijo.- ¿Y anda bien? Le pregunté - Atrasa un poco reconoció."

Del "Libro de los abrazos".